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Apreciados amigos,
Comparto con ustedes unos pensamientos que he encontrado en alguna parte y que los hago míos. Que tengan un hermoso fin de semana y el Señor los haga firmes en la fe, en la esperanza y en el amor.
Acordémonos de rezar por los misioneros y por los cristianos que sufren persecución por causa de su fe.
Los bendice, su párroco,
Roberto Espejo Fuenzalida, Pbro.
No es la vida la que tiene que ser más fácil, sino tú más fuerte
No todos los días son perfectos para sonreír. Algunos te exigen que seas fuerte como la roca.
Hace unos años atrás sufrí un infarto al corazón. Una persona de buen corazón, mi ángel de la guarda como yo le llamo, me llevó a Urgencia de una clínica y al poco rato un enfermero me llevaba al quirófano. Cuando mi camilla era empujada a la sala de operaciones, el enfermero sonriendo me preguntó: “¿Tiene miedo?” y al responder “sí, un poco”. Me dijo: “Quédese tranquilo, ¡todo va a ir bien!”. Sonreí con timidez, y pensé en la situación que vivía en ese momento, me encomendé al Señor y le dije que se hiciera su santa voluntad.
En esos momentos en que no sabes cuál será el resultado, en que en otras ocasiones uno demuestra ante el enfermo (dándole el sacramento de la Unción) cariño, apoyo, compasión y delicadeza, ahí tenía que asumir una postura de dureza y fortaleza. Así es la vida.
Hay momentos en los que seremos sonrisas, sensibilidad y suavidad, mientras que en otras situaciones tendremos que mostrar dureza, fuerza y equilibrio. Siempre en y con caridad.
Intentar novelar algunas situaciones o dejarnos sensibilizar demasiado por ellas no nos ayudan en esos momentos en los que tenemos que cerrar ciclos, romper antiguos modelos, tomar un camino diferente, asumir otro empleo, vencer una nostalgia o emprender algo nuevo, que causa miedo e inseguridad.
De vez en cuando tenemos que poner los pies con bastante fuerza en la existencia y afrontar nuestros miedos con disposición y valor, sin mucho lloriqueo, nostalgia o emotividad.
Porque si las personas sucumben, no progresan. Si se doblan, no vencen. Si se dejan dominar por la emoción, se desequilibran. Si vacilan, la vida avanza y se quedan atrás.
A veces no es la vida la que tiene que ser más fácil, sino tú el que tienes que ser más fuerte. Pues todo el mundo tiene que beber tragos amargos, pero no es actuando con autocompasión, haciendo drama o conmoviéndose más de la cuenta como uno minimiza los daños.
Quizás tengas que comprender que no puedes ser sonrisas y delicadeza todos los días. Algunos días te piden que seas duro y fuerte.
Pienso en las mamás que tienen que guardarse el llanto en la cartera para lograr colocar a sus hijos en un bus que los lleva al colegio o en el colegio mismo, el primer día de clases, y sin embargo les transmiten ánimo para que puedan ser felices lejos de ellas.
En esos momentos no es posible dejarse llevar por el sentimentalismo, la delicadeza y la nostalgia al mismo tiempo que se nos empuja fuera de la puerta. En esos momentos hay que hacer lo que hay que hacer, y punto final.
Y aunque el llanto venga enseguida, lejos de sus ojos, será ese estímulo seguro que permitirá el siguiente paso, y no un lamento lloroso.
Porque las emociones a flor de piel y las lágrimas no siempre son ingredientes bienvenidos, y pueden hacer las cosas aún más difíciles cuando se trata de madurar, de empezar de nuevo y de “hacer lo que hay que hacer”.
A veces es necesario quitar la clave de la emoción para que podamos afrontar la vida y sus imperfecciones. “Te basta mi gracia” le dijo el Señor a San Pablo.
No todos los días serán días buenos, y aprender a lidiar con ellos, sin resentimientos o victimizaciones, sino actuando con valor y determinación, hace que los días peores no definan nuestra vida, sino que sean el reflejo de eso que fortalece nuestra voluntad y nos hace más fuertes.
Al escribir esto, recordé al enfermero y su cariñosa preocupación. Él estuvo a mi lado en un momento de dureza y austeridad.
Y aunque no pudiese dejarme llevar por la emoción, él consiguió ser amable en un momento tan delicado. Éramos completos desconocidos el uno para el otro, y eso tal vez me facilitara las cosas.
Siendo así, solo puedo agradecer a la vida y a sus agradables sorpresas, pues la dulzura no existe sólo para recordarnos el lado dulce de la vida, sino también para amenizar lo que nos espera de amargo…