"Unidos en Cristo para Evangelizar"
02 de Enero de 2019
Epifanía
 




Apreciados amigos,

Ya estamos en el nuevo año 2019. Seguramente para la mayoría fue un inicio con mucha alegría y con muchos proyectos de “un muy buen año”. Otros habrán estado en situaciones y momentos no tan felices. Pero… los que creemos ponemos en manos del Señor todo lo bueno y lo menos bueno.

Aquí les entrego una hermosa reflexión que cayó en mis manos acerca de la Epifanía, o visita de los Magos del Oriente a Jesús en el establo de Belén. La comparto con ustedes para que meditemos cómo podemos acercarnos más a Jesús, (“Yo soy la luz”) y cómo podemos anunciarlo en el mundo que nos toca vivir.

En la caridad de Cristo Misionero, les saluda su párroco,

Roberto Espejo Fuenzalida,  Pbro.

 

                                                   LA EPIFANÍA    (Manifestación del Señor)

                                                     Tres hombres, dos caminos, una estrella.

Tres hombres, dos caminos y una estrella nos invitan hoy a la fe. La palabra que hoy resuena es “luz”, que esconde una gran realidad, la fe. Tanto en Roma como en Egipto y Oriente, las fiestas del 25 de diciembre y del 6 de enero tenían mucho que ver con la luz: la luz cósmica que, por estas fechas, empieza en el hemisferio norte a “vencer” a la noche, después del solsticio de invierno que es el 21 de diciembre. De ahí es fácil el paso a la luz de Cristo, el verdadero Sol que ilumina nuestras vidas. Y esos tres hombres –y tantos otros- se encontraron con ese Sol y fueron iluminados con la luz de la fe. Y esa luz cambió su vida y se fueron por otro camino, el de la fe en Cristo.

Tres hombres, que la tradición popular ha puesto nombres: Melchor, Gaspar y Baltasar. Tres reyes magos, legendarios, simbólicos, representantes de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que buscan a Dios, cruzan mil penalidades y le encuentran. Éstos son los reyes magos aventureros del desierto, de Dios y las estrellas; en cuanto la estrella se les muestra, se ponen en camino, desamarran el camello y se echan al desierto, con sus noches y alboradas. Los tres, representativos de todos los hombres y mujeres, que en la vida apuestan a divino contra humano, a espiritual contra material, Dios contra egocentrismo. Ni saben por qué pero van, que es lo grande. Ni saben adónde pero van, que es lo bueno. Ni saben a qué pero van, que es lo divino. Es la nostalgia de Dios que todo hombre tiene en lo profundo del corazón, invitándonos a la fe en ese Dios, hecho hombre, hecho carne, hecho niño.

Dos caminos. Los caminos de la vida son dos: el que va y llega, y el que ni llega ni va a Dios. El que va y llega es el camino del hombre honesto que busca la felicidad y el sentido de la vida más allá de sus satisfacciones inmediatas y materiales. Este camino no está exento de asaltos y peligros, de oscuridad, pues la estrella se ocultó. Pero es un camino que, cuando el hombre es sincero consigo mismo y mira la trascendencia, llegará al portal de Belén y se encontrará con ese Dios hecho carne, que le esperaba y le sonríe. El otro camino es triste, pues ni llega ni va a Dios. Es el camino del desenfreno egoísta, idolátrico y ambicioso, representado en el rey Herodes, que en vez de acompañar a esos magos y ponerse en camino, se quedó sentado en su sillón real, temeroso que alguien se lo usurpase, y nadando en sus placeres materiales.

Una estrella. La estrella de este evangelio fue una inspiración potente y divina que tocó el corazón estos paganos y los citó al encuentro con Dios. Yo creo en la estrella de los magos, que fue inspiración divina; yo creo en los magos de la estrella, que reaccionaron a la inspiración de Dios. Yo creo en la estrella de los hombres, que es impulso divino, y creo en los hombres de la estrella, que, oír a Dios y ponerse en camino, todo es uno. ¡Pobre corazón humano y cómo te cuesta alzar de la vulgaridad, amar lo invisible y latir por la trascendencia! Y como estos magos, hay muchos hombres buscadores y halladores de Dios: esos son los magos en que yo creo. Estos magos trataban de leer la «firma» de Dios en la creación.  Pero, al ser hombres sabios, sabían también que no es con un telescopio cualquiera, sino con los ojos profundos de la razón resulta posible que Dios se acerque a nosotros. Y yo quiero ser uno de ellos, todos los días, en búsqueda de Dios, con mi fe, mi esperanza y mi amor.

Con mi fe, como faro para el camino.  

Con mi esperanza, como bastón para sostenerme.

Con mi amor, como fuego que anima y calienta mi corazón para calentar al que está a mi lado y para que también yo camine hacia ese Dios encarnado en Cristo.

Y todos los días quiero darle en mi oración el oro de mi libertad, el incienso de mi adoración y la mirra de mis sufrimientos y penalidades. Al final, es indispensable escuchar la voz de las Sagradas Escrituras: sólo ellas pueden indicarnos el camino. La Palabra de Dios es la verdadera estrella que, en la incertidumbre de los discursos humanos, nos ofrece la luz, el inmenso esplendor de la verdad divina.

Para reflexionar: ¿Cómo está la luz de mi fe en Cristo? ¿Todos los días camino hacia Jesús iluminado por esa luz? ¿Trato de que la luz de mi fe ilumine mis pasos para que otros que caminan a mi lado se beneficien del resplandor  de mi buen ejemplo y lleguen a Cristo?

 

 


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