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Queridos y recordados amigos,
Nuevamente estamos en marzo. Pasados los meses de vacaciones hemos vuelto a nuestras tareas cotidianas. Y junto con retomar todas nuestras actividades, hemos comenzado un tiempo muy importante en nuestra vida de católicos: CUARESMA.
El Papa Francisco nos dice al respecto: “Que nuestra Cuaresma suponga recorrer ese mismo camino, para llevar también la esperanza de Cristo a la creación, que ‘será liberada de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios’. No dejemos transcurrir en vano este tiempo favorable. Pidamos a Dios que nos ayude a emprender un camino de verdadera conversión. Abandonemos el egoísmo, la mirada fija en nosotros mismos, y dirijámonos a la Pascua de Jesús; hagámonos prójimos de nuestros hermanos y hermanas que pasan dificultades, compartiendo con ellos nuestros bienes espirituales y materiales”.
En el Castañito de la semana pasada podemos leer todo el mensaje de Cuaresma del Papa. También a través de otros medios.
El tiempo de Cuaresma está marcado por dos omisiones litúrgicas muy destacadas. Ni el himno conocido como el Gloria (Gloria a Dios en el cielo ) ni el Aleluya antes del Evangelio se cantan o rezan durante los 40 días completos de Cuaresma (con algunas pequeñas excepciones). ¿Y eso por qué?
Primero de todo, el Gloria es un himno que celebra la venida del Señor usando las palabras de los ángeles en el nacimiento de Cristo. La Iglesia durante la Cuaresma regresa en espíritu a una época en que el pueblo de Dios estaba en el exilio, esperando que el Mesías llegara y los salvara. Es un periodo de expectativa similar al del Adviento, pero en lugar de esperar el nacimiento de Cristo desde el vientre de María, el pueblo cristiano espera el segundo “nacimiento” de Cristo desde el vientre del sepulcro.
En segundo lugar, siguiendo este mismo espíritu de exilio, la Iglesia se une a Moisés y a los israelitas mientras vagan por el desierto durante 40 años. Es un momento de agonía y purificación, donde los fieles se unen para decir: “¿Cómo podríamos cantar un canto de Yahvé en una tierra extraña?” (Salmo 137,4). También todos los años la Iglesia se une, durante los cuarenta días de la Cuaresma al misterio de Jesús en el desierto.
La palabra “Aleluya” está arraigada en una expresión hebrea que significa “alabar al Señor” y por lo tanto se omite durante la Cuaresma.
Como resultado, nuestro enfoque en la Cuaresma no es regocijarnos, sino reconocer y lamentar nuestros pecados, mirando aquellas cosas que nos impiden una relación auténtica con Dios. Una vez que se eliminan a través del arrepentimiento, confesión, la oración, el ayuno y la limosna, podemos regocijarnos nuevamente en la Pascua, porque no solo celebramos la resurrección de Cristo, sino nuestro propio renacimiento en el espíritu.
Cuando no vivimos como hijos de Dios, a menudo tenemos comportamientos destructivos hacia el prójimo y las demás criaturas —y también hacia nosotros mismos—, al considerar, más o menos conscientemente, que podemos usarlos como nos plazca. Como sabemos, la causa de todo mal es el pecado, que desde su aparición entre los hombres interrumpió la comunión con Dios, con los demás y con la creación, a la cual estamos vinculados ante todo mediante nuestro cuerpo.
El hecho de que se haya roto la comunión con Dios, también ha dañado la relación armoniosa de los seres humanos con el ambiente en el que están llamados a vivir, de manera que el jardín se ha transformado en un desierto (cf. Gn 3,17-18). Se trata del pecado que lleva al hombre a considerarse el dios de la creación, a sentirse su dueño absoluto y a no usarla para el fin deseado por el Creador, sino para su propio interés, en detrimento de las criaturas y de los demás.
Cuaresma, tiempo glorioso de preparación a la Pascua.
A todos les deseo un tiempo cuaresmal muy provechoso y Cristo misionero los bendiga hoy y siempre. Su párroco,
Roberto Espejo Fuenzalida, Pbro.