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“Sean misericordiosos como el Padre es misericordioso”, son palabras de nuestro Señor Jesucristo en que nos revela una característica de Dios, su misericordia.
La misericordia de Dios es una experiencia que el hombre vive cuando se siente pecador, cuando se ve lejano a su Creador, cuando la culpa, horada como bichito, su conciencia. Pero, una cosa es reconocer su pecado, su lejanía y otra el reconocer culpa, pedir perdón.
Conociendo nuestra fragilidad, nuestro Señor Jesús nos deja el maravilloso misterio del Amor-Perdón de Dios, en el sacramento de la Reconciliación. En la Confesión.
Jesús, en su vida de misionero del Padre, continuamente nos lleva a reflexionar sobre la Conversión (Mc 1,15) la vuelta al Padre (Lc 15,18) del hombre que se había alejado por el pecado. Se denomina también Sacramento de la Penitencia porque consagra un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación por parte del católico pecador.
Es llamado también Sacramento de la Confesión porque la declaración o manifestación, o acusación de los pecados ante el sacerdote, es un elemento esencial de este sacramento. En un sentido profundo este sacramento es también una “confesión”, reconocimiento y alabanza a la santidad de Dios y de su misericordia para con el hombre pecador.
Se llama sacramento del perdón porque, por la absolución sacramental del sacerdote. Dios concede al arrepentido el perdón y la paz.
Se denomina sacramento de reconciliación porque otorga al pecador arrepentido el amor de Dios que reconcilia: “Déjense reconciliar con Dios” (1 Cor 5,20). El que vive del amor misericordioso de Dios está pronto a responder a la llamada del Señor: “Ve primero a reconciliarte con tu hermano” (Mt 5,24).
Dios es por antonomasia Dios de Amor. Dios no ama el pecado, sino al pecador. Pecador es el que desobedece. Y pecado es ante todo ofensa a Dios, ruptura de la comunión con Él.
Sabemos que sólo Dios perdona los pecados (Mc 2,7). Porque Jesús es el Hijo de Dios, dice de sí mismo: “El Hijo del hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra (Mc 2,10) y ejerce ese poder divino: “Tus pecados están perdonados" (Mc 2,5; Luc 7,48). Más aún, en virtud de su autoridad divina, Jesús confiere este poder a los hombres (Jn 20, 21-23) a los Apóstoles, a los sacerdotes, para que lo ejerzan en su nombre.
Si vemos a Dios como el Dios misericordioso y aceptamos lo que Él nos dice por medio de su Hijo Jesús, entonces veremos que acceder a la confesión es también un acto de amor, de reconciliación y de decirle: “perdóname papá”, “te amo papá”.
En nuestra Parroquia todos los días hay confesión.
Los saluda con mucho cariño, en este Año de la Misericordia, su párroco,
ROBERTO ESPEJO FUENZALIDA, Pbro.