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Apreciados amigos,
Adoremos reverentes al Señor Sacramentado…
El domingo pasado celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad. Veíamos que éste era un misterio de amor y un amor que va más allá de los sentimientos; un amor hecho un modo de ser: la manera de ser de Dios para con los hombres. Y este amor podría resumirse en la palabra entrega: el Padre entrega al Hijo para que todos se salven; el Hijo entrega su vida hasta la muerte y muerte de cruz, para que tengamos la vida verdadera; el Espíritu Santo viene a habitar en nosotros y nos hace templos de Dios. Y de ese amor hecho entrega, hoy nos fijamos de una manera especial en la entrega del Hijo en la cruz como supremo sacrificio que restablece la amistad con Dios, perdida por el pecado.
Y centrándonos más, ponemos nuestra mirada en la Última Cena cuando Jesús adelanta, con signos, la entrega en la cruz dándonos el pan, convertido en su Cuerpo, que se entrega por nosotros, y el vino como su Sangre, que se derrama por nosotros. Y un mandato: Hagan esto en memoria mía. Así, pues, cada vez que nos reunimos a celebrar la Eucaristía, hacemos presente la Última Cena, la entrega del Señor en la cruz por nosotros.
Cada Eucaristía es aquella Última Cena, aquel Gólgota, que se actualiza en el tiempo y en la historia. En la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo damos gracias a Dios porque nos ha dejado la Eucaristía como momento fundamental de encuentro cristiano; porque se queda entre nosotros en Jesús sacramentado para que podamos encontrarnos con Él en el Sagrario; porque podemos adorarlo en el Santísimo expuesto.
En cuántos lugares en el mundo se manifiesta la fe de la Iglesia en Jesús sacramentado, saliendo en procesión con Él, de manera solemne, por pueblos y ciudades del mundo. También en nuestra ciudad de Santiago. Pero el Señor no sólo está con nosotros en las especies sacramentales, el Señor se hace presente en las personas, de manera especial en los pobres, en los enfermos, en los inmigrantes, en quienes están faltos de libertad...: "porque tuve hambre y me diste de comer, porque tuve sed...", "lo que haces a unos de estos pequeños...". Por eso el día del Corpus, como el Jueves Santo, es día del amor fraterno, el día de la caridad. La Eucaristía no se queda encerrada en sí misma; la Eucaristía no es ese tiempo semanal que venimos a la iglesia, y que algunos se quejan de que es mucho. La Eucaristía debe impregnar nuestra vida, debe hacer de nosotros signos del amor de Dios a los hombres; amor hecho entrega, cercanía, defensa de los débiles, esfuerzos, junto con los demás, por un mundo mejor, más justo y más fraterno.
Los que comemos del mismo Pan, formamos un mismo cuerpo: Cristo.
A todos les deseo un hermoso encuentro con Jesús sacramentado.
Con el cariño de siempre, les saluda su párroco,
Roberto Espejo Fuenzalida, Pbro.