|
Una de ellas podría ser ponerse como meta profundizar en el contenido de la fe. Si se ponen en práctica buenos hábitos intelectuales, se pueden adquirir los conocimientos que permitan tener convicciones sólidas, que eviten dejarse llevar por la moda del momento.
La necesidad de formación es hoy algo más que urgente. Hay una evidente conexión entre el dato que indica la “Décima Encuesta Nacional de Juventudes” (INJUV) y la falta de formación. El hecho que el 63,6% de los jóvenes no se siente representado por ninguna religión se debe, en parte, a que “nadie ama lo que no conoce”.
Los cristianos tenemos una oportunidad magnífica para dar a conocer a Cristo, cuyo cumpleaños celebraremos pronto.
El interés que por leer el Evangelio se puede justificar, entre tantas razones, por lo que indica la Constitución Dogmática Dei Verbum, sobre la divina revelación: “La Santa Madre Iglesia firme y constantemente ha creído y cree que los cuatro referidos Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús, Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día que fue levantado al cielo. Los Apóstoles, ciertamente, después de la ascensión del Señor, predicaron a sus oyentes lo que Él había dicho y obrado, con aquella crecida inteligencia de que ellos gozaban, amaestrados por los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la luz del Espíritu de verdad. Los autores sagrados escribieron los cuatro Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se trasmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la condición de las Iglesias, reteniendo por fin la forma de proclamación de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús. Escribieron, pues, sacándolo ya de su memoria o recuerdos, ya del testimonio de quienes "desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra" para que conozcamos "la verdad" de las palabras que nos enseñan (cf. Lc., 1,2-4)”. (Nº º19 DV).
La falta de conocimiento del mensaje de Jesús, explica también la “rebeldía metafísica” en que viven muchos jóvenes. Sólo les interesa las realidades físicas y tangibles. Y dentro de ellas, para varios, sólo las que producen placer sensible (incluyendo en algunos las que causan daño físico, psicológico y mental). En muchos de ellos no hay espacio para la vida espiritual. Menos interés tienen en descubrir la conexión que existe entre la verdad y la libertad. Su pereza intelectual es conmovedora y en materia de formación religiosa, sin rubor alguno, han pasado a formar parte del contingente que en el mundo militar se llama “reserva sin instrucción”.
La lectura del Evangelio claramente es un antídoto para todo lo anterior. Dios ha previsto este libro como el mejor regalo para que conozcamos el camino para llegar al cielo. Como bien lo sintetizaba San Pablo VI, en una audiencia general: “No conoceríamos, con verdad y con autoridad, el camino cristiano si no hubiera sido anunciado por el mensaje de la palabra exterior, del Evangelio y de la Iglesia. El que pensase emanciparse de la ley y de la autoridad legítimas poseería un sentido moral mudo acerca de muchos preceptos incómodos, pero principales y, para un cristiano, hasta fundamentales, como la caridad y el sacrificio; y acabaría por perder un exacto juicio moral y por concederse aquella moralidad elástica y permisiva que hoy, por desgracia parece prevalecer (…) (Audiencia General de 2 de agosto de 1972).
Sigamos en este Tiempo de Adviento pidiendo luces para convertirnos en instrumentos que les muestre a los jóvenes el camino de profunda alegría que tiene encontrarse con Jesús, el Hijo de Dios.
Crodegango