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Es una declaración suficientemente clara de su misión entre nosotros y es una invitación a hacer lo que Él mismo hizo: «servir». Tema, a veces, poco tratado o estudiado en la sociedad actual. Demos, por tanto, un paseo reflexivo hacia la necesidad de vivir y poner en práctica esta virtud genuinamente cristiana.
Un servicio es una donación, un regalo, un acto bueno para otra persona, o para la comunidad donde vivo o trabajo. Un servicio influye en la vida del otro, aunque no se perciba inmediatamente así. Todos recordamos pequeños servicios recibidos con amabilidad y desinterés por alguien. Pero el servicio es auténtico cuando el que sirve lo hace sin ningún interés egoísta para él o la institución a la que sirve. La autenticidad de un servicio consiste en dar sin esperar nada, en dar porque quiero, porque sé que es bueno para el otro, y evidentemente, bueno para mí. Mientras más veces me doy a los demás, más me olvido de mí mismo, y, por tanto, mi servicio está menos contaminado de vanidad, egoísmo o protagonismo. Dirá el Papa Francisco: “hay un «servicio» que sirve a los otros; pero tenemos que cuidarnos del otro servicio, de la tentación del «servicio» que «se» sirve de los otros. Hay una forma de ejercer el servicio que tiene como interés el beneficiar a los «míos», en nombre de lo «nuestro». Ese servicio siempre deja a los «tuyos» por fuera, generando una dinámica de exclusión” (HOMILÍA DEL SANTO PADRE. Plaza de la Revolución, La Habana. Domingo 20 de septiembre de 2015).
Querer servir es querer servir para algo o para alguien. Un sabio inglés comentó alguna vez que la gran tragedia de nuestro tiempo es querer ser grandes antes de ser útiles. Somos útiles cuando asumimos nuestro “hoy” con responsabilidad. Cuando respondemos ante lo que somos dentro de una familia o de una comunidad, o cuando damos respuestas a quienes nos preguntan en nuestro oficio o profesión. Si soy chofer de bus, peluquera, abogado, comerciante, hombre o mujer de negocios, odontólogo, ama de casa, maestro o profesor universitario, concejal o ministro, debo dar respuestas concretas y claras de lo que soy sirviendo con esmero y sacrificio, dándome con alegría, siendo “responsable” haciendo lo que hago del mejor modo posible con detalle y perfección. Decía Gabriela Mistral en un discurso para graduados en la Universidad de Puerto Rico en 1931, que “el desorden del mundo viene de los oficios y de las profesiones mal o mediocremente servidos […] Político mediocre, educador mediocre, médico mediocre, sacerdote mediocre, esas son nuestras calamidades verdaderas”.
Pero el servicio, nos aclarará el Papa Francisco, tiene también una singularidad. “La invitación al servicio posee una peculiaridad a la que debemos estar atentos. Servir significa, en gran parte, cuidar la fragilidad. Servir significa cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo. Son los rostros sufrientes, desprotegidos y angustiados a los que Jesús propone mirar e invita concretamente a amar. Amor que se plasma en acciones y decisiones. Amor que se manifiesta en las distintas tareas que como ciudadanos estamos invitados a desarrollar. Son personas de carne y hueso, con su vida, su historia y especialmente con su fragilidad, las que Jesús nos invita a defender, a cuidar y a servir. Porque ser cristiano entraña servir la dignidad de sus hermanos, luchar por la dignidad de sus hermanos y vivir para la dignidad de sus hermanos. Por eso, el cristiano es invitado siempre a dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la mirada concreta de los más frágiles” (HOMILÍA DEL SANTO PADRE. Plaza de la Revolución, La Habana. Domingo 20 de septiembre de 2015).
Querer servir es, en definitiva, AMAR. Amar es darse, aunque cueste, aunque haya calor, aunque en el trabajo existan personas poco gratas o pesadas o autoritarias. Amar (o querer servir), es amar siempre, querer servir siempre bajo cualquier circunstancia, sin importar lo viejo que estemos, o lo demasiado jóvenes que seamos, o la época del año, o el poco dinero que tengamos, o los múltiples sufrimientos que nos acompañen en el camino. Todas las mañanas hay que levantarse, con sueño o sin fuerzas, con las ganas (o con las ganas de tener ganas) de salir a la calle a servir, a escribir un nuevo día, a decir a Dios: Señor, aquí estoy. Te ofrezco en este día mi vida, lo que soy, lo que tengo. Ayúdame a darme a los demás, ayúdame a querer servir de verdad.
Querer servir es no echarles la culpa a las circunstancias. Circunstancias, muchas veces, incontrolables por nosotros. Querer servir es aprender a controlarnos a nosotros mismos, lo único controlable en verdad: nuestro carácter, nuestro nerviosismo, nuestras tensiones, nuestras ilusiones o sueños o imaginaciones ficticias. Querer servir es una actitud positiva y alegre ante la vida.
Finalmente, servir no es rebajarse, como piensa nuestra sociedad actual. Nos lo dejó escrito Gabriela Mistral hacia 1922, en un texto que tituló “El placer de servir”. Allí, con profundidad de poeta expresó: “el servir no es una faena de seres inferiores. Dios, que da el fruto y la luz, sirve. Pudiera llamársele así: El que sirve. Y tiene sus ojos fijos en nuestras manos y nos pregunta cada día: —¿Servirás hoy? ¿A quién? ¿Al árbol, a tu amigo, a tu madre?”.
Nepomuceno
Fuentes:
Gabriela Mistral, “El sentido de la profesión”, en: Gabriela Mistral. Pasión de enseñar. Editorial Universidad de Valparaíso. Valparaíso. 2017. Páginas 83-87.
Gabriela Mistral, “El placer de servir”, en: Obra reunida Gabriela Mistral. Tomo V. Ediciones Biblioteca Nacional. Santiago. 2020, Página 183.
Papa Francisco. HOMILÍA DEL SANTO PADRE. Plaza de la Revolución, La Habana. Domingo 20 de septiembre de 2015. Libreria Editrice Vaticana. LA SANTA SEDE.