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Conviene recordar que un sínodo es una asamblea de Obispos, que se reúnen en ocasiones determinadas para fomentar la unión estrecha entre el Romano Pontífice y los Obispos, y ayudar al Papa con sus consejos para la integridad y mejora de la fe y costumbres y la conservación y fortalecimiento de la disciplina eclesiástica, y estudiar las cuestiones que se refieren a la acción de la Iglesia en el mundo (Canon 342 Código de Derecho Canónico). En este caso, la asamblea sinodal también será integrada por laicos, lo que constituye claramente una novedad.
En la historia de la Iglesia han existido muchos sínodos, que se han celebrado en distintas épocas y lugares. En la Iglesia Latina, el Papa Pablo VI, en la cuarta etapa del Concilio Vaticano II (1962-1965), instituyó el Sínodo de los obispos como un órgano consultivo. Ha sido una constante que después de esos encuentros, el Papa promulgue una “exhortación apostólica”, que es un documento magisterial escrito sobre una determinada materia con un contenido pastoral. Aunque no es estrictamente necesario, los Papas lo han hecho así, profundizando en la comunión que debe existir entre el Santo Padre y los obispos.
Un sínodo no pretende ni puede cambiar el Magisterio de la Iglesia. Su alcance siempre es pastoral. Como lo indicaba Pablo VI en el documento que instituyó el Sínodo de los obispos, “corresponde al Sínodo de los Obispos, por su misma naturaleza, la tarea de informar y aconsejar. Podrá gozar también del poder deliberativo cuando se lo conceda el Romano Pontífice, a quien corresponderá en este caso ratificar la decisión del Sínodo”.
La convocatoria del Papa Francisco al iniciar este proceso indicaba que su objetivo era obtener “conocimiento directo y verdadero de las cuestiones y de las circunstancias que atañen a la vida interna de la Iglesia y a su acción propia en el mundo actual; facilitar la concordia de opiniones, por lo menos en cuanto a los puntos fundamentales de la doctrina y en cuanto a al modo de proceder en la vida de la Iglesia”; “intercambiarse noticias oportunas; dar consejo acerca de aquellas cuestiones para las que sea convocado el Sínodo en cada ocasión”.
También indicaba el Papa Francisco que esta era una gran oportunidad “para una conversión pastoral en clave misionera y también ecuménica”. Para hacer posible esto, continúa el Papa, se hace necesario transformar, “ciertas visiones verticalistas, distorsionadas y parciales de la Iglesia, del ministerio presbiteral, del papel de los laicos, de las responsabilidades eclesiales, de los roles de gobierno”.
Como se puede advertir, el camino sinodal es una oportunidad para ayudar a nuestros pastores en su misión de conducir al Pueblo de Dios al cielo.
Entre otros asuntos, tenemos que pedir que el Espíritu Santo nos ilumine para buscar respuesta y acciones pastorales que ayuden a revertir la desafectación que muchos tienen con la fe católica; a pensar cómo enfrentar el avance del secularismo, en algunos casos alentado por personas que se presentan públicamente como católicos y que no respetan las enseñanzas de la Iglesia; también tendremos que buscar la causa de la disminución de las vocaciones sacerdotales y religiosas y la manera de revertir esta tendencia que lamentablemente nos acompaña.
La historia de la Iglesia Católica está caracterizada porque en cada época los católicos son llamados a responder, con oración y fidelidad, al camino a que invita Jesucristo. Para que en esta nueva oportunidad cosechemos frutos abundantes. Empecemos con toda nuestra alma a pedir: ¡Ven, oh Santo Espíritu!, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Crodegango