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De manera específica, este desarrollo permite recibir alertas cuando un miembro del grupo llega a un determinado lugar (la universidad, el colegio, etc.), puede medir la velocidad del auto en que se desplaza, puede avisar cuando alguien ingresa a un lugar. En suma, puede vigilar todo el día los desplazamientos.
Como ocurre con tantos avances, ellos pueden facilitar varios objetivos en nuestra vida cotidiana, pero también, su incorrecta utilización podría llevar a excesos que dejen una mala huella, especialmente en el caso de hijos que están en una etapa de desarrollo donde, más que saber en qué andan, conviene educarlos en la libertad, para que tomen conciencia de lo que significa que Dios nos ha creado con inteligencia y voluntad.
Como se sabe, la educación es un proceso con etapas diferenciadas. Para todas ellas es básico enseñar a diferenciar entre el bien y el mal, con el objetivo de optar siempre por elegir el bien y luchar contra el pecado. Conforme lo explica el Catecismo, “(…) el pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de Él nuestros corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia, una rebelión contra Dios por el deseo de hacerse “como dioses”, pretendiendo conocer y determinar el bien y el mal" (Gn 3, 5). El pecado es así “amor de sí hasta el desprecio de Dios” (San Agustín, De civitate Dei, 14, 28). Por esta exaltación orgullosa de sí, el pecado es diametralmente opuesto a la obediencia de Jesús que realiza la salvación (cf Flp 2, 6-9). (CIC 1850).
Lo anterior debe llevar a entender que cada opción por algo que Dios no quiere siempre es mala y que conviene desecharla.
Especial atención y paciencia reclama el proceso educativo en los adolescentes. Con mayor o menor ímpetu, en ese educando surgen manifestaciones de autoafirmación de su ego, susceptibilidades irracionales, facilidad para dejarse llevar por grupos o modas poco convenientes o derechamente peligrosas, etc. En esta etapa lo relevante es potenciar la educación en la responsabilidad, para que al final de este turbulento periodo logre pasar a la fase siguiente de desarrollo, como una persona de bien, madura y reflexiva.
Para que lo anterior se produzca no sirve de nada contar con el control de una aplicación, sino todo lo contrario. La labor de los padres es rezar mucho para pedir la gracia de estado que permita ejercer correctamente la autoridad que Dios nos ha dado para educar en la libertad, que es lo único que garantiza el desarrollo de personas equilibradas que aprenden a luchar toda su vida por conseguir el bien.
Puede ayudar en esta tarea recordar un texto clásico de lo que significa educar cristianamente en la libertad. En vez de optar derechamente por la censura, San Basilio Magno, en una carta escrita entre el 370 y 375, les da consejo a sus sobrinos para que saquen provecho de la literatura griega, indicando los cuidados que deben tener. Tratando de ganar su confianza, la carta comienza señalando: “Muchos son los motivos que me incitan, hijos míos, a aconsejaros lo que juzgo que es lo mejor y lo que os será útil a la hora de escoger: es la confianza que tengo. Pues la edad en la que estoy, el haberme ya puesto a prueba en muchos menesteres y, además, haber sido partícipe de bastantes vicisitudes de uno y otro signo, de las que tanto se aprende, todo esto me ha dado la suficiente experiencia de las cosas humanas como para poder mostrarles, a quienes acaban de instalarse en la vida, el más seguro, diríamos, de los caminos. Y por el vínculo natural coincide que para vosotros me encuentro justo después de vuestros progenitores, de tal modo que el cariño que yo os dispenso no es en nada menor que el de vuestros padres; en cuanto a vosotros, si no me engaña la opinión que me merecéis, no creo que, prestándome atención, echéis de menos a quienes os procrearon. Así pues, si aceptáis de buena gana mis palabras, seréis de la segunda clase de los que son elogiados en Hesíodo; pero si no, no sería yo el que os dijera nada que os molestase: acordaos vosotros mismos de sus versos, a saber, esos en los que afirma que el mejor es quien por sí mismo comprende lo que debe; que es también bueno aquel que sigue las indicaciones de los otros; pero que el que no es capaz ni de lo uno ni de lo otro es un inepto para todo. Y no os asombréis de que a vosotros, que acudís cada día a la casa del maestro y os relacionáis con los hombres ilustres de la antigüedad gracias a lo que han dejado escrito, os asegure que por mí mismo he descubierto en ellos alguna que otra cosa de bastante provecho. Así que esto es lo que vengo a aconsejaros: que no debéis seguir sin más a estos hombres allí adonde os guíen, como confiándoles el timón de la nave de vuestro discernimiento, sino que, aceptando cuanto de ellos es útil, sepáis también qué es preciso descartar. Pues bien, qué es lo que escogeremos y con qué criterio, esto es precisamente lo que, tomando desde aquí el hilo, voy a explicaros”.
En lo que es la médula del consejo San Basilio les señala: “Pero volvamos de nuevo a lo que estaba diciendo al principio, que no debemos aceptarlo todo en montón, sino sólo lo útil. Pues es vergonzoso rechazar las comidas perjudiciales y no tener ningún cuidado con las enseñanzas que alimentan nuestra alma, sino echarse encima y arramblar, como un torrente, con todo lo que se ponga delante. Mirad, ¿qué sentido tiene que un piloto nos deje sin rumbo, a merced de los vientos, su nave, sino que la enderece hacia el puerto; y que nosotros, por el contrario, quedemos por detrás de estos profesionales justo en la capacidad de reconocer nuestros intereses? ¿Y es que no es posible que haya un objetivo en el trabajo de los artesanos y que no haya en la vida humana una finalidad, que no se debe perder de vista en nada que se haga o se diga, si es que no quiere uno parecerse en todo a los irracionales (…)? (San Basilio Magno, A los jóvenes, escrita entre el año 370 y 375 de la era cristiana).
Pidamos a la Santísima Trinidad que nos dé luces para educar siempre en la libertad de los hijos de Dios.
Crodegango