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Los actos violentos perpetrados van desde ataques al transporte público a prender fuego a la rectoría de los establecimientos educacionales. A lo anterior se suma la conformación de bandas juveniles dedicadas a delinquir, sin límite.
El problema descrito es muy serio porque da cuenta de un hecho objetivo: varios jóvenes han optado por el camino de la violencia.
Se trata de jóvenes que han disminuido su capacidad de amar. Su actuación es indiciaria de ser portadores de profundas heridas en el corazón, que los ha conducido a un profundo rencor que los lleva al camino de la violencia irracional. En su proceso formativo les han sido inoculados ideas políticas y sociales, filosóficas, históricas y antropológicas que no les permite visualizar que la violencia no es el camino.
No se debe descartar que hayan sido manipulados por adultos que, padeciendo de un profundo resentimiento, los han reclutado como nueva sabia para que actúen contra todo lo establecido. Seguramente en el proceso educativo de estos jóvenes se ha omitido la formación religiosa o de las reglas elementales de la moral (no hacer daño a otro). Su analfabetismo espiritual queda en evidencia en cada acto violento que ejecutan.
Su opción por negar los valores trascendentes, que hacen feliz al ser humano, los ha conducido a una negación total de la bondad que sabemos sólo se encuentra en Dios. Esta actitud nihilista, como lo expone un psicólogo, es destructiva psíquicamente, pues deja a la persona sin suelo ni horizonte. Por eso, es caldo de cultivo del fanatismo sectario, del dogmatismo acrítico, de la violencia, del sometimiento de la persona a lo mecánico, a lo alienante, al escepticismo paralizante y desesperanzador, que no ayuda a vivir ni a morir.
Alejados de la realidad y de la verdad (mediante la ideología dominante y por no responder a la propia llamada), se produce una serie de consecuencias negativas tales como: bloqueo de las capacidades personales por promoción solo de alguna idea que es absolutidad, pérdida de sentido personal substituido por el sentido de la máscara, pérdida de la dimensión comunitaria, ruptura del contacto con lo real, incapacidad para aguantar el dolor físico o espiritual (DOMÍNGUEZ, Xosé Manuel, Psicología de la persona, Madrid: Palabra, 2011, pp. 79-80).
Seguramente estos jóvenes no han tenido la posibilidad de enterarse del legado de la cultura judeocristiana, expresado en los Diez Mandamientos. A través de ellos sabrán que Dios ha revelado a los hombres reglas elementales para poder actuar rectamente en la vida: 1. Adorar y amar a Dios sobre todas las cosas. 2. Respetar el nombre de Dios. 3. Santificar el día del Señor. 4. Honrar padre y madre. 5. No matar. 6. No cometer acciones impuras. 7. No robar. 8. No levantar falso testimonio ni mentir. 9. No consentir en pensamientos impuros. 10. No codiciar bienes ajenos.
Como suele ocurrir siempre, el cristianismo tiene una respuesta radicalmente diferente a la moral de los violentistas. Los jóvenes que conocen y siguen a Cristo saben que la paz es un fruto de la caridad, esto es, una virtud por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios (CIC 1822). Estos jóvenes conocen que Jesús hizo de la caridad el mandamiento nuevo (cf Jn 13, 34), que obliga cumplir el mandato de Jesús: “Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 15, 12).
Como cristianos tenemos el desafío de ayudar a estos jóvenes para que realicen un proceso de desintoxicación del odio y del resentimiento, y puedan descubrir el plan que Dios les tiene preparado. Nunca sobrarán oraciones por la conversión de estas almas. Tampoco nuestro compromiso en el proceso educativo de ellos será en vano.
Pidamos al Espíritu Santo que ayude a la conversión de los jóvenes que no conocen que Jesús es la única fuente de paz.
Crodegango