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Para orientar nuestro discernimiento y ponderar lo que significa la corrupción en un sistema político, conviene recordar un punto recogido en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, que puede ser muy iluminador:
“411. Entre las deformaciones del sistema democrático, la corrupción política es una de las más graves porque traiciona al mismo tiempo los principios de la moral y las normas de la justicia social; compromete el correcto funcionamiento del Estado, influyendo negativamente en la relación entre gobernantes y gobernados; introduce una creciente desconfianza respecto a las instituciones públicas, causando un progresivo menosprecio de los ciudadanos por la política y sus representantes, con el consiguiente debilitamiento de las instituciones. La corrupción distorsiona de raíz el papel de las instituciones representativas, porque las usa como terreno de intercambio político entre peticiones clientelistas y prestaciones de los gobernantes. De este modo, las opciones políticas favorecen los objetivos limitados de quienes poseen los medios para influenciarlas e impiden la realización del bien común de todos los ciudadanos”.
No es razonable que las conciencias sean cauterizadas por frases conformistas como “todos los hacen” o “siempre ha sido así”. Una conciencia bien formada jamás caerá en actitudes de indiferencia o banalización de lo que es objetivamente un mal.
Los católicos tenemos que aspirar siempre a que quienes asumen responsabilidades políticas lo hagan sin olvidar o subestimar la dimensión moral que tiene el servicio público. La búsqueda de soluciones sociales para los más necesitados nunca podrá ser la excusa farisaica para hacerse del poder y poner en práctica la primera regla de la corrupción política: el fin justifica los medios.
Todos tenemos la responsabilidad de asegurar que la autoridad sea ejercida por personas capaces que tengan como finalidad de buscar el bien común y no el logro de ventajas personales y patrimoniales.
Desde el punto de vista moral, estas tramas corruptas no tienen ninguna justificación.
El mandato “no robar” prohíbe tomar o retener el bien del prójimo injustamente y perjudicar de cualquier manera al prójimo en sus bienes. Prescribe la justicia y la caridad en la gestión de los bienes terrenos y de los frutos del trabajo de los hombres (CIC 2401).
Pidamos a San José que nos ayude a que el trabajo de nuestras autoridades se realice de manera honrada y con auténtico espíritu de servicio.
Crodegango