"Unidos en Cristo para Evangelizar"
28 de Enero de 2021
Sobre la verdadera "felicidad"
 


Muchos de nosotros la andamos buscando. Pero ¿qué es realmente?

El hombre y la mujer de hoy quieren ser felices. Las organizaciones humanas pretenden dar felicidad a sus empleados. Las instituciones educativas ofrecen herramientas con las que el educando pueda alcanzar más adelante cierta felicidad. Y todo eso es lógico. La existencia del hombre está sustentada por la búsqueda incesante de la felicidad. Todos queremos ser felices, inmensamente felices. Nos gusta lo placentero. Nos gusta reír. Agradecemos un buen chiste, una buena compañía, un trato amable. Nos gusta tener medios, dinero, instrumentos para lograr metas y proyectos. Rechazamos el llanto, el sufrimiento. Nos molesta el pesimismo, la incomprensión, las faltas de urbanidad, el irrespeto, la tensión de un ambiente lleno de odios, envidias y rencillas. El ser humano es un ser para la felicidad.

Sin embargo, a veces, la felicidad es paradójica, porque cuando procuramos buscarla con todo nuestro esfuerzo, no la conseguimos, se nos escapa de las manos. Si hacemos un ejercicio de reflexión personal y comenzamos a recordar nuestros momentos más felices, verdaderamente felices, nos podemos encontrar con sorpresas. Nos podemos topar con que las horas más alegres de nuestra vida han sido pocas, pequeñas, momentáneas, y se han dado luego de un recorrido, de un esfuerzo, de unos cuantos años. También podemos darnos cuenta de que los pequeños y grandes “placeres” de la vida no son signos evidentes de felicidad verdadera. Son una parte diminuta, una parte del camino, una pincelada en el gran cuadro de nuestras vidas. Pareciera que la felicidad no es fácil de conseguir y está como fundamentada en el logro de alguna misión, en el logro de grandes proyectos, en el logro de grandes ideales, en el alcance de cimas que un día nos parecieron inalcanzables.

El filósofo español Julián Marías, nos lo ha dejado expresado con mucha claridad: “la felicidad no consiste simplemente en estar bien, sino en estar haciendo algo que llene la vida”. “Algo que llene la vida”. Frase elocuente y que nos puede invitar a preguntarnos: ¿qué llena mi vida? ¿es posible que Dios llene mi vida? ¿mi fe en Cristo llena mi vida? Estas preguntas pueden ayudarnos a profundizar en esa realidad que a todos nos invoca: que somos seres espirituales, y, por tanto, hijos de Dios. Hijos de un Dios que no es lejano, sino que es Persona. Una Persona a la que podemos tratar, con la que podemos conversar y en la que podemos entregar y abandonar todas nuestras angustias y sufrimientos. Y no solo eso, una Persona que nos puede dar paz, y cuyas enseñanzas, relatadas en los Evangelios, pueden orientar nuestras decisiones.

Me parece que la civilización actual está equivocada en su búsqueda incesante por la felicidad. En la medida que cada hombre o mujer de hoy persigue de forma directa “estar bien”, persigue solamente “su” dicha, descuida inevitablemente el logro de la propia automejora como ser humano. El individualismo posesivo según el cual la felicidad está en tener más, en estar pendiente sólo de sí mismo sin importar lo que pasa a los demás, está obstaculizando la construcción de una sociedad justa e integralmente desarrollada. Por eso, la felicidad se halla estrechamente relacionada el trato personal con Dios. De un Dios que nos enseña y nos pide que nos entreguemos hacia los demás. El filósofo Sören Kierkegaard decía que la puerta de la felicidad no se abre hacia adentro; quien se empeña en empujar en ese sentido sólo consigue cerrarla con más fuerza; la puerta de la felicidad se abre hacia fuera, hacia los otros.

Y no le falta razón. Dios nos pide amar al prójimo como a nosotros mismos. Y amar es justamente entregar y entregarse. La Madre Tersa de Calcuta nos lo dice de un modo acertado y, a la vez, pedagógico: “en el mundo hay más hambre de amor y reconocimiento que de pan”. La gente requiere de nuestro cariño. De nuestra entrega. Y esa manera de ser solo se consigue imitando a Cristo. La vida de Cristo y el trato con Él, nos asegura conseguir la verdadera felicidad.

Nepomuceno






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