"Unidos en Cristo para Evangelizar"
14 de Mayo de 2021
Sobre la amistad con Jesús
 


Esta mañana, pude conversar digitalmente (en estos tiempos de pandemia) con un gran amigo.

Esta mañana, pude conversar digitalmente -en estos tiempos de pandemia- con un gran amigo. Pude contarle un problema que tenía. Pude decírselo abiertamente sin tapujos con las palabras más francas. Pude hasta expresar algún gesto que no haría delante de nadie más. Y pude, por último, sentirme escuchado, acompañado, respetado, corregido, aceptado y hasta calmado. Luego pude seguir el día con el buen sabor de un apoyo sincero. Y es probable que en unos días me llame para hacerme una pregunta clave: «¿cómo van las cosas?». Así suele ocurrir con los verdaderos amigos. Ellos no están sólo para las fiestas o los momentos de diversión. Están, sobre todo, para ayudarnos a seguir adelante en cualquier tiempo de crisis personal, familiar o social.

Ahora bien, la mejor amistad que podemos tener es la que logramos y construimos con el mejor de los amigos: Cristo. Un amigo que nunca falla y que siempre, en su vida entre nosotros, vivió entre amigos. Jesús llama a sus discípulos: «amigos míos» (Lc 12,4). Es conmovedor observar al Señor ante la tumba de Lázaro; su sollozo hace comentar a los judíos: «Mirad cuánto le amaba» (Jn 11,36). Más adelante, durante la Última Cena, manifestará a los apóstoles el sentido de su muerte en la Cruz: «Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos» (Jn 15,13). Y luego insiste: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros, en cambio, os he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he hecho conocer» (Jn 15,15).

Para que esa amistad con Cristo nos llene, nos tranquilice, nos ilumine, será necesario poner ?como también lo hacemos con nuestros amigos y amigas? un poco de perseverancia. La amistad verdadera se construye con trato continuo. Al amigo se le envía un mensaje por el móvil para quedar con él a compartir una comida o una buena conversación. ¿Y cómo no podemos hacer lo mismo con Dios? No podremos llamar a Cristo por teléfono, pero si podemos tratarlo a solas sentados en nuestro cuarto, o en algún ambiente tranquilo de la casa, o en la Iglesia justo en donde está realmente presente en el Sagrario.

Finalmente, puede pasarnos que nos podamos preguntar: ¿y de qué hablo con Dios? ¿qué le digo? Y la respuesta puede ser con otra pregunta: ¿y qué se les dice a los amigos? Pues con Dios lo mismo. Háblale de ti, de tus cosas, de tus angustias, de tus esperanzas y deseos, de tus debilidades… Y así se inicia un diálogo maravilloso que con el tiempo nos va dando fortaleza y paz. En una Audiencia general del 4 de junio de 2014, el Papa Francisco decía: “Es nuestra amistad con Dios, donada desde Jesús, una amistad que cambia nuestra vida y nos colma de entusiasmo, de alegría”. Ese es el sentido de nuestra amistad con el verdadero Amigo que nunca nos deja y que siempre está en espera de nuestro trato con Él. Haz la prueba y verás lo que llena la amistad con Jesús.

Nepomuceno






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