"Unidos en Cristo para Evangelizar"
20 de Mayo de 2021
Las virtudes cristianas de Arturo Prat
 


Manifestación de tres virtudes entremezcladas: valentía, magnanimidad y humildad.

21 de mayo de 1879. No fue un suicidio. Él sabía que iba a morir, y sabía que su nave no tenía las condiciones para sobrevivir ante el “Huáscar”, técnicamente superior, enchapado en acero y con un par de cañones con poder de destrucción letales. Ya había tomado la decisión de abordarlo, pues era una de las únicas formas de neutralizar al enemigo. El héroe, unos días antes de salir a su misión hacia Iquique, al despedirse del Almirante Williams, la mayor autoridad de la Armada de entonces, le dice con firmeza y seguridad: “Si viene el Huáscar, lo abordo”.  No se trató de una bravuconería, al contrario, se trató de la manifestación de tres virtudes entremezcladas: valentía, magnanimidad y humildad.

La persona con valentía no se detiene ante las dificultades. Se siente capaz de hacer algo con determinación. No obstante, el auténtico valiente requiere de magnanimidad, es decir, ánimo grande para actuar por los demás, por la patria o por convicciones superiores. Pero, además, el magnánimo toma una decisión luego de pensar bien lo que va a realizar. La valentía y la magnanimidad hacen a la persona resuelta pero reflexiva. Le dan la fuerza para entregarse sin condiciones en una acción superior a ella o él. Y, a la vez, la hacen humilde, consciente de que su condición humana es limitada y puede fallar.

Pero Arturo Prat fue más que todo eso. Fue también un hombre corriente y común, con virtudes cristianas. Con esas virtudes que, a veces, están ocultas y nadie ve. Realmente, las virtudes cristianas están entretejidas de actos pequeños, pero radicalmente profundos, porque permiten sobrellevar el día a día, permiten elevar a Dios todo lo que sucede. En efecto, y como dice el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) en su número 1803, la virtud “permite a la persona no solo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca, lo elige a través de acciones concretas. El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios (S. Gregorio de Nisa, beat. 1)”.

Se entiende por virtud un hábito operativo bueno, en contraposición al “vicio”, que es un hábito nocivo. La virtud es un hábito positivo que se adquiere con el tiempo, pero por repetición de actos. Al final, por repetir uno y otro día el mismo acto, el hábito se convierte en una “fuerza” adherida al modo de ser y de actuar, llegando a marcar la propia vida de puntualidad, generosidad, humildad, orden, sinceridad, caridad, empatía, verdadera amistad, confianza en Dios, etc. Veamos, entonces, algunas virtudes de cristiano corriente en Arturo Prat.

Aprovechamiento del tiempo en momentos difíciles. Su esposa, Carmela Carvajal, dirá: “Arturo consiguió aprender algunas romanzas (tonada de una sola voz, famosas en esos tiempos en Francia e Italia) que eran su más agradable distracción en las horas de descanso, durante las fatigosas estaciones de Magallanes o Mejillones”. Era buen lector y leía revistas y periódicos culturales que Carmela le hacía llegar. Era un hombre que siempre aprovechaba el tiempo al máximo y nunca estaba aburrido. Jamás lo perdía. Incluso, estudió Derecho, y para hacerlo, tenía que aprovechar al máximo los tiempos libres, robando horas al sueño.

Ayudaba y servía a su familia. Estaba siempre pendiente de esta. En 1847 le escribirá a Carmela: “Me entristece la idea de que soportes sin mí todos esos trabajos (…) que anhelo compartir y atenuártelos en lo posible”. Se sabe que, al llegar a casa, le daba un beso a Carmela, e inmediatamente se entregaba a sus hijos. “Amaba a nuestra hijita con delirio –decía ella– y jugaba con ella como un niño”. Apreciaba y trataba con gran humanidad a Josefa, la nana. Y escribía: “muy justo me parece el aumento de sueldo de Josefa”. Y en otras cartas: “a Josefa un recuerdo”. Y un detalle importante: en todas sus cartas puede observarse la preocupación por toda su familia, a quienes, incluso, los apoyó siempre económicamente, y se interesó en sus personales necesidades y problemas. Los llamaba por sus nombres o motes cariñosos.

Leal a sus amigos. Defiende a Luis Uribe, su primo y gran amigo, en un juicio. Uribe tuvo un problema con su superior en Inglaterra, Anacleto Goñi, a quien Prat admiraba. Los biógrafos dicen que, en el juicio a Uribe, Prat “había cumplido su defensa desplegando objetividad y rigor ético, al riesgo deliberado de indisponerse con sus superiores”. En otro momento, defiende las espaldas de su superior Luis Alfredo Lynch, Capitán de la “Esmeralda” la cual sufrió riesgo de perderse en un temporal en Valparaíso, lo que llevó a Lynch a un juicio al Consejo de Guerra, siendo sancionado. Prat lo sustituyó interinamente en sus cargos, pero éste siempre lo defendió e incluso destacó cualidades de su anterior jefe.

Íntegro y honrado con el Estado. Prat cumplió una misión de investigación en Uruguay y Argentina entre noviembre de 1878 y febrero de 1879. Al regresar a Valparaíso despacha un informe a sus autoridades con los datos de los gastos. De un total de $ 1.796,82 de esa misión, emplea $ 338,73 en gastos propios de la misión (pasajes, correspondencia, telegramas, etc.) y $ 659,82 en gastos particulares: hotel, comida, manutención… Eso da un total de $ 997,82; es decir, de lo recibido, gasta solo el 55,53%, devolviendo el resto al Estado.

Simpático y empático. Algunas opiniones sobre su simpatía son: “Atraía la simpatía de cuántos tuvieron ocasión de tratarlo”. “Varonilmente simpático y amable”. “Unos de los hombres más simpáticos que he conocido”. Y esa simpatía, ese estar en disposición de agradar a todos le llevaría a ser empático y a estar pendiente de las reales necesidades de los demás. En 1877 ocurre un motín en Punta Arenas comisionándose a la corbeta “O´Higgins”, cuyo capitán estaba recién casado y Prat se ofreció para sustituirlo en clara actitud de comprensión hacia su novedosa situación. El oficial rehusó a la propuesta. Prat insistió ante los superiores y le fue denegado el propósito. Otra actitud similar fue darle una tarea al ingeniero Cabrera quien era el único civil de la “Esmeralda” en el combate de Iquique el 21 de mayo. Le ofreció dos opciones: atender a los heridos o acompañarlo en la cubierta para que le ayudase a contar los disparos del “Huáscar”. Eligió lo segundo, lo cual no tenía ninguna utilidad, no obstante, así Prat honraba el patriotismo de aquel civil en ese duro momento.

Sentido del sufrimiento y confianza en Dios. En agosto de 1873 le dice a Carmela: “Por esta noche te despido, rogándote alejes de ti toda idea que oscurezca con una nube (…) el cielo de nuestra dicha, si ellas se presentan alguna vez en nuestro horizonte que no sea causada por ninguno de nosotros y todavía seremos felices, no dudes Carmela, yo no dudo, que el fiel cumplimiento de nuestros deberes conyugales nos hará esposos felices y padres dichosos”. Prat ofrece aquí un claro sentido al sufrimiento. Lo acepta, y luego le incorpora una tarea por hacer: cumplir el deber de esposo. Encaja el sufrimiento en una misión. Le da una explicación, un motivo, un fin. Pero Prat irá más allá porque siempre se entregaba a la Divina Providencia. Carmela Carvajal le dirá al tío Jacinto Chacón, ya fallecido el héroe, que Arturo “tenía una gran confianza en Dios, y la esperanza segura de una vida mejor, así que jamás se abatía por lo reveses de la vida. En esta convicción siempre me repetía: Dios nos guía y lo que sucede es siempre lo que debe suceder”.

El número 1804 del CIC expresa que “las virtudes humanas son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe. Proporcionan facilidad, dominio y gozo para llevar una vida moralmente buena. El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien”. Arturo Prat fue un hombre que deliberadamente hizo el bien en toda su vida. Y nos regaló con los hechos, más que virtudes heroicas, virtudes cristianas que todos podemos practicar en nuestra vida corriente: aprovechar el tiempo, estar siempre al servicio de la propia familia, ser honrado con los bienes del Estado, ser leal con los amigos, ser simpático y empático con los demás y, confiar plenamente en Dios.

Nepomuceno

Fuente:

Gorrochotegui, A. (2020, 2da. Ed. Ampliada). Arturo Prat: líder auténtico y de servicio. Cómo emular sus cualidades hoy. Valparaíso: Armada de Chile.

Catecismo de la Iglesia Católica. 1993. Barcelona: Asociación de Editores del Catecismo.






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