|
Juan XXIII (1958-1963).
Ángelo Giuseppe Roncalli nació el 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte, provincia de Bérgamo, Italia. Fue el cuarto de trece hermanos, de una familia campesina. Llegó a Papa a los 77 años y tomará el nombre de Juan XXIII; también llegará a ser conocido por el pueblo cristiano como “El Papa Bueno”. Su pontificado duró cinco años. Murió la tarde del 3 de junio de 1963, al día siguiente de Pentecostés. San Juan Pablo II lo declaró beato el 3 de septiembre de 2003. El Papa Francisco lo canonizó el 27 de abril de 2014.
Su magisterio social está contenido en las Encíclicas Mater et magistra (1961) y Pacem in terris (1963).
El contexto de este pontificado se ubica en la denominada Guerra Fría, etapa de la historia contemporánea caracterizada por la división del mundo en dos bloques ideológicos y políticos: uno liderados por U.S.A. y el otro por la URSS, comunista. La crisis de los mísiles soviéticos en Cuba, en 1962, que casi desencadena una guerra atómica, es reflejo de la tensión de esa etapa.
El hecho más relevante de su pontificado fue haber convocado a un concilio ecuménico, a los tres meses de elegido Papa. Un concilio es una asamblea de obispos que se reúnen con el objetivo de regular aquellos asuntos de la disciplina eclesial o de la doctrina cristiana que afectan la vida de las iglesias locales que presiden y a las que representan.
En el caso del Concilio Vaticano II, este fue concebido inicialmente como una asamblea de orientación pastoral, para hacer un aggiornamiento, una adecuación de la Iglesia a las necesidades del mundo moderno. El Papa creó una comisión ante preparatoria (en 1960), que recogió numerosas sugerencias. En esta etapa se preguntó a todas las conferencias episcopales del mundo, superiores de todas las instituciones religiosas y a las universidades católicas. Después de años de laboriosa preparación, su inauguración tuvo lugar en 1962. La primera fase del Concilio fue clausurada el 8 de diciembre de 1962.
El 3 de junio de 1963 falleció San Juan XXIII, sucediéndole Pablo VI (1963-1978), el que retomaría las sesiones del Concilio el 29 de septiembre de 1963.
Es muy clarificador del propósito de San Juan XXIII recordar el Discurso de Apertura del Concilio Vaticano II, dado el jueves 11 de octubre 1962. En ese documento el Papa Roncalli fija la hoja de ruta del Concilio señalando que, “al convocar esta solemnísima asamblea, se ha propuesto afirmar, una vez más, la continuidad del Magisterio Eclesiástico, para presentarlo en forma excepcional a todos los hombres de nuestro tiempo, teniendo en cuenta las desviaciones, las exigencias y las circunstancias de la edad contemporánea”.
La continuidad del Magisterio y Tradición de la Iglesia no era objeto de cuestionamiento alguno cuando señalaba que, “es muy natural que, al iniciarse el Concilio universal, Nos sea grato mirar a lo pasado, como para recoger sus voces, cuyo eco alentador queremos escuchar de nuevo, unido al recuerdo y méritos de nuestros predecesores más antiguos o más recientes, los Romanos Pontífices: voces solemnes y venerables, a través del Oriente y del Occidente, desde el siglo IV al Medievo y de aquí hasta la época moderna, las cuales han transmitido el testimonio de aquellos Concilios; voces que proclaman con perenne fervor el triunfo de la institución, divina y humana: la Iglesia de Cristo, que de Él toma nombre, gracia y poder”.
“El gran problema planteado al mundo, desde hace casi dos mil años, subsiste inmutable. Cristo, radiante siempre en el centro de la historia y de la vida; los hombres, o están con El y con su Iglesia, y en tal caso gozan de la luz, de la bondad, del orden y de la paz, o bien están sin Él o contra Él, y deliberadamente contra su Iglesia: se tornan motivos de confusión, causando asperezas en las relaciones humanas, y persistentes peligros de guerras fratricidas”.
La intención de San Juan XXIII era que, la Iglesia fuera iluminada “por la luz de este Concilio, para crecer en espirituales riquezas y, al sacar de ellas fuerza para nuevas energías, mirará intrépida a lo futuro. En efecto; con oportunas “actualizaciones” y con un prudente ordenamiento de mutua colaboración, la Iglesia hará que los hombres, las familias, los pueblos vuelvan realmente su espíritu hacia las cosas celestiales”.
En el mismo discurso el Papa reprochaba la actuación de los que calificaba de “profetas de calamidades”, siempre avezados a anunciar siempre infaustos acontecimientos, como si el fin de los tiempos estuviese inminente.
Con tono positivo y llena de esperanza cristiana, el Papa señalaba que, “en el presente momento histórico, la Providencia nos está llevando a un nuevo orden de relaciones humanas que, por obra misma de los hombres, pero más aún por encima de sus mismas intenciones, se encaminan al cumplimiento de planes superiores e inesperados; pues todo, aun las humanas adversidades, aquélla lo dispone para mayor bien de la Iglesia”. “Fácil es descubrir esta realidad, cuando se considera atentamente el mundo moderno, tan ocupado en la política y en las disputas de orden económico que ya no encuentra tiempo para atender a las cuestiones del orden espiritual, de las que se ocupa el magisterio de la Santa Iglesia. Modo semejante de obrar no va bien, y con razón ha de ser desaprobado; mas no se puede negar que estas nuevas condiciones de la vida moderna tienen siquiera la ventaja de haber hecho desaparecer todos aquellos innumerables obstáculos, con que en otros tiempos los hijos del mundo impedían la libre acción de la Iglesia. En efecto; basta recorrer, aun fugazmente, la historia eclesiástica, para comprobar claramente cómo aun los mismos Concilios Ecuménicos, cuyas gestas están consignadas con áureos caracteres en los fastos de la Iglesia Católica, frecuentemente se celebraron entre gravísimas dificultades y amarguras, por la indebida ingerencia de los poderes civiles. Verdad es que a veces los Príncipes seculares se proponían proteger sinceramente a la Iglesia; pero, con mayor frecuencia, ello sucedía no sin daño y peligro espiritual, porque se dejaban llevar por cálculos de su actuación política, interesada y peligrosa”.
Entre otros aspectos de su pontificado, forma parte del sello de San Juan XXIII el inicio del rezo público del del Angelus los días domingos y festivos en la Plaza San Pedro, al que acudían los romanos y peregrinos. Esta costumbre cuajó y sus sucesores la han mantenido. Junto al Angelus muchas veces se agrega una catequesis breve del Papa, un comentario sobre un suceso que invita a la oración universal de los fieles.
El Papa, al llamar al Concilio que ha determinado nuestra vida eclesial en las últimas décadas, lo hacía para que todos los católicos nos sumáramos a la evangelización en el mundo moderno, difundiendo el mensaje de Salvación de Cristo. Debe remover nuestra alma e invitarnos a la acción las palabras de este hombre santo: “(…) es motivo de dolor el considerar que la mayor parte del género humano —a pesar de que los hombres todos han sido redimidos por la Sangre de Cristo— no participan aún de esa fuente de gracias divinas que se hallan en la Iglesia católica”.
El magisterio de este pontífice obliga a examinar nuestra conciencia sobre los siguientes puntos: ¿Estoy realmente comprometido con el Mensaje de Cristo y su Iglesia? ¿Cuál es mi aporte en la Iglesia? ¿Estoy empeñado que los hombres, las familias y los pueblos vuelvan su espíritu hacia las cosas celestiales?
Crodegango.