|
Juan Pablo II (1978-2005)
Karol Wojtyla, nació en Wadowice (Polonia) el 18 de mayo de 1920. Fue el menor de los tres hijos de Karol Wojtyla y Emilia Kaczorowska. Fue ordenado sacerdote el 1 de noviembre de 1946. En 1948 obtuvo el doctorado en teología, con una tesis sobre el tema de la fe en las obras de San Juan de la Cruz. El Papa Pablo VI lo creó Cardenal el 26 de junio de 1967. Fue elegido Papa el 16 de octubre de 1978, sucediendo a Juan Pablo I (cuyo pontificado duró un mes). Murió en Roma el sábado 2 de abril de 2005, en la víspera del Domingo in Albis o de la Divina Misericordia. Fue beatificado el 1 de mayo de 2011, por Benedicto XVII. El Papa Francisco lo canonizó el 27 de abril de 2014.
Realizó 104 viajes apostólicos por el mundo. Entre sus principales documentos se encuentran 14 Encíclicas, 15 Exhortaciones Apostólicas, 11 Constituciones Apostólicas y 45 Cartas Apostólicas. Celebró 147 ceremonias de beatificación, en las cuales proclamó 1338 beatos, y 51 de canonización, con un total de 482 santos. Promulgó el Catecismo de la Iglesia Católica (CCI). Instituyó la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud, que convoca hasta hoy a miles de jóvenes. En las Audiencias Generales de los miércoles concurrieron más de 17.600.000 peregrinos, sin contar las demás audiencias y ceremonias religiosas, donde se encontró con millones de fieles.
Es imposible sintetizar en este lugar el legado de un Papa tan carismático y prolífico, como San Juan Pablo II.
Todos los que estuvieron cerca de él han destacado su profundo amor a Jesucristo y su Madre, la Santísima Virgen María.
En su catequesis invitaba a seguir los pasos de Jesucristo, que es una forma de invitar al seguimiento de la Cruz. Consciente de los problemas del hombre moderno no dejaba de proclamar: ¡No tengáis miedo! ¡Abrid las puertas a Cristo! Estas dos frases son el sello distintivo de la densidad de su mensaje, que ya anticipaba en su primera Encíclica, Redemptor hominis, de 1979, al señalar:
“Por tanto, cuando al comienzo de mi pontificado quiero dirigir al Redentor del hombre mi pensamiento y mi corazón, deseo con ello entrar y penetrar en el ritmo más profundo de la vida de la Iglesia. En efecto, si ella vive su propia vida, es porque la toma de Cristo, el cual quiere siempre una sola cosa, es decir, que tengamos vida y la tengamos abundante. Esta plenitud de vida que está en Él, lo es contemporáneamente para el hombre. Por esto, la Iglesia, uniéndose a toda la riqueza del misterio de la Redención, se hace Iglesia de los hombres vivientes, porque son vivificados desde dentro por obra del «Espíritu de verdad», y visitados por el amor que el Espíritu Santo infunde en sus corazones. La finalidad de cualquier servicio en la Iglesia, bien sea apostólico, pastoral, sacerdotal o episcopal, es la de mantener este vínculo dinámico del misterio de la Redención con todo hombre” (Punto 22, Redemptor hominis).
En nuestro país tuvimos la posibilidad de recibir su visita oficial, desde el 1 al 6 de abril de 1987.
Para el momento histórico que vivimos conviene traer a colación las palabras dadas en una reunión con políticos, donde señaló:
“La Iglesia –como ha puesto de relieve el Concilio Vaticano II– “no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está ligada a sistema político alguno” (Gaudium et spes, 76). Mas, también es verdad que ella, como exigencia de la misión que ha recibido de Jesucristo, ha de proyectar la luz del Evangelio, también sobre las realidades temporales, incluida la actividad política, para hacer que brillen cada vez más en la sociedad aquellos valores éticos y morales que pongan de manifiesto el carácter trascendente de la persona y la necesidad de tutelar sus derechos inalienables”.
“Como Pastor de la Iglesia deseo que reflexionéis conmigo sobre algunos puntos que se derivan de este principio de inspiración evangélica: la comunidad política está en función de la persona humana y al servicio de ella. En efecto, como enseña la Constitución conciliar sobre la Iglesia en el mundo actual, “el bien común abarca el conjunto de aquellas condiciones de vida social con las cuales los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección” (Gaudium et spes, 74)”.
“Convencerse y luego reconocer que la convivencia nacional debe basarse sobre principios éticos es algo que lleva consigo determinadas consecuencias para todos y cada uno de los ciudadanos de una determinada nación, en nuestro caso, para Chile”.
“En primer lugar, considero necesario que toda contribución al crecimiento global de Chile ha de inspirarse siempre en el respeto y la promoción de las ricas tradiciones cristianas, con las que se sienten identificados la mayoría de los chilenos. De estas raíces profundas y vivas será de donde, con la ayuda de Dios, brotarán renuevos portadores de abundantes frutos”.
“La fidelidad a dicho patrimonio espiritual y humano exige un desarrollo armónico, un esfuerzo conjunto de voluntades y de acciones, que tienda a la reconciliación nacional en un espíritu de tolerancia, de diálogo y de comprensión. Nadie debe sustraerse de tomar parte activa, responsable y generosamente, en esta obra común. La justicia y la paz dependen de cada uno de nosotros” (Discurso del Santo Padre Juan Pablo II a un grupo de políticos chilenos. Santiago de Chile, 3 de abril de 1987).
Hasta el día de hoy causa impacto leer el discurso a los jóvenes, pronunciado en el Estadio Nacional, el jueves 2 de abril de 1987, cuando señaló con fuerza:
“En la experiencia de fe con el Señor, descubrid el rostro de quien por ser nuestro Maestro es el único que puede exigir totalmente, sin límites. Optad por Jesús y rechazad la idolatría del mundo, los ídolos que buscan seducir a la juventud. Sólo Dios es adorable. Sólo El merece vuestra entrega plena”.
“¿Verdad que queréis rechazar el ídolo de la riqueza, la codicia de tener, el consumismo, el dinero fácil?”
“¿Verdad que queréis rechazar el ídolo del poder, como dominio sobre los demás, en vez de la actitud de servicio fraterno, de la cual Jesús dio ejemplo?, ¿verdad?”
“¿Verdad que queréis rechazar el ídolo del sexo, del placer, que frena vuestros anhelos de seguimiento de Cristo por el camino de la cruz que lleva a la vida? El ídolo que puede destruir el amor”.
Su ejemplar vivencia de la caridad cristiana queda a la vista al recordar un suceso dramático, ocurrido el 13 de mayo de 1981, día de la Virgen de Fátima, cuando un terrorista le disparó a matar en la Plaza de San Pedro. En 1983 el Papa lo visitó en prisión, miró a su agresor a los ojos y éste le tomó la mano y se la besó. San Juan Pablo II habló largo rato con el prisionero y le regaló un rosario. Al salir de ese encuentro nuestro santo diría: las cosas sobre las que conversamos se mantendrán en secreto entre él y yo; le hablé como un hermano al que he perdonado, y quien tiene toda mi confianza; Todos necesitamos ser perdonados por otros, entonces todos debemos estar listos para perdonar. Pedir y dar perdón es algo de lo que cada uno de nosotros merecemos profundamente.
La extraordinaria vida de San Juan Pablo II invita a las siguientes reflexiones: ¿Conozco las 14 Encíclicas de este Papa? ¿Estoy disponible para perdonar al que me dispara a matar? ¿Tengo miedo? ¿Abro las puertas de mi vida a Jesucristo, como nos invitaba San Juan Pablo II?
Crodegango.