|
Se ha hecho tradicional que la Iglesia Católica en Chile celebre durante agosto el mes de la solidaridad. La inspiración de este evento se encuentra en la figura de nuestro primer santo, San Alberto Hurtado (1901-1952), sacerdote jesuita, cuya fiesta celebramos el próximo 18 de agosto.
El uso de la palabra solidaridad se asocia normalmente a un conjunto de obras de misericordia a través de las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales.
Puede ayudar a vivir este mes considerar el alcance que tiene en el pensamiento del Padre Hurtado el tema de las vocaciones sacerdotales. Esto se advierte en varios de sus escritos, pero de un modo particular en lo expuesto en su libro Humanismo Social, publicado en 1947 (citamos aquí la edición de Ediciones Universidad Alberto Hurtado, Santiago, 2013, 266 páginas).
En el capítulo III, destinado a los problemas espirituales de Chile, nuestro santo no titubeó de calificar como “el más grave problema” el de la falta de vocaciones sacerdotales. Allí señala: “Nuestra más grave crisis es crisis de fe, que se origina en gran parte en la falta de cultivo espiritual y se traduce luego en mayor escasez de sacerdotes que reanimen la vida interior”.
Para justificar sus conclusiones, el jesuita chileno aludía a la pauta ideal que había indicado una carta colectiva el Episcopado chileno, de noviembre de 1939, donde se prescribía que, “es regla de teología pastoral que un solo párroco no puede atender debidamente a más de mil fieles”. Luego, continuando con el análisis, el Padre Hurtado consignaba que, para ese periodo, “la población de Chile asciende a 4.600.00 habitantes. El número de sacerdotes es de 780 del clero secular y 835 religiosos, en total 1.615, lo que da 1 sacerdote para cada 3.000 almas. En toda la República hay solo 451 parroquias, lo que da un término medio de 10.000 fieles por parroquia (…)”.
Después de justificar, como hecho irrefutable, que faltaban sacerdotes concluía el santo: “en estas circunstancias ¿cómo puede existir vida cristiana en nuestro pueblo? ¿Cómo puede pedírseles que abandonen las supersticiones y vivan un cristianismo integral? La culpa de los errores y vicios de nuestro pueblo ¿de quién será?, ¿de las pobres ovejas que no han tenido nunca pastor o de los que pudiendo ser pastores han preferido sus comodidades al sacrificio del apostolado?
El Padre Hurtado falleció el 18 de agosto de 1952, hace casi 69 años. Si hoy utilizamos la misma metodología, los datos eclesiales no son mejores que los que él consideró para su diagnóstico. El país tiene hoy 17.574.003 (3,8 veces más que el año que 1939). Considerando sólo el año 2017, los habitantes por sacerdote ascienden a 6.122; el número de candidatos al sacerdocio es de 566 (Anuario Estadístico de la Iglesia 2017, ed. 2019). Menos alentador es el hecho que el presente año ingresaron al Seminario Pontificio Mayor de Santiago sólo cuatro candidatos al sacerdocio.
Con grave preocupación podemos decir que sigue siendo válido el análisis del Padre Hurtado, al denunciar que la falta de sacerdotes es “el más grave problema social de Chile”. Sin embargo, son las palabras del mismo santo las que pueden reencantar a nuestros jóvenes para plantearse seriamente su vocación sacerdotal, por la alta misión que pueden cumplir, cuando señalaba que:
“el sacerdote es por misión el educador nato del pueblo, aquel cuya labor puede llegar donde no alcanza la obra de maestro humano alguno que habla en nombre de Dios y sus argumentos tienen alcance no solo temporal, sino eterno, porque cuenta en su ministerio con el auxilio especial de Dios, que comunica a las almas, mediante los sacramentos, la predicación, el consejo, de modo que no sólo propone la doctrina, sino que da medios, los más eficaces, para cumplirla. La enseñanza del sacerdote no procede por temor, sino ante todo por amor a quien por amarlo a él murió en una cruz, y alcanza el dominio más íntimo del hombre, al de la consciencia, a donde no llegan las leyes humanas, que solo legislan sobre las acciones externas. El sacerdote es el educador que tiene para cumplir su misión, la confianza del pueblo, que le abre su alma de par en par y le franquea sus secretos más íntimos; por eso puede hacer revivir los hogares, acercar los padres a los hijos, apagar los odios, unir a los ricos y pobres. El sacerdote enseña a los obreros el cumplimiento de sus deberes y a los patronos puede obligarlos en la forma más absoluta a ser justos en todos y a suplir las lagunas de la justicia con la caridad. Los escándalos sociales no se corregirán con leyes, que son burladas tan pronto como han sido dictadas, sino con una purificación de la conciencia y una elevación del hombre a la vida cristiana en sentido integral”.
“La misión del sacerdote engloba la del maestro, confidente, amigo, abogado, defensor de los débiles, apoyo de los pobres. Al sacerdote se le pide todo: la formación en la piedad, la solución de los problemas más difíciles de la vida, organizar las obras sociales y, sobre todo, comunicar a las almas, mediante los sacramentos, la gracia que ennoblece y eleva al hombre al plano divino. Sin sacerdotes, no hay sacramentos; sin sacramentos, no hay gracia, no hay divinización del hombre. No hay cielo. Por eso se ha dicho con razón que nada hay tan necesario como la iglesia y en la iglesia nada tan necesario como los sacerdotes” (Humanismo Social, pp.98-99).
Como se puede apreciar, cuando los jóvenes optan por el seguimiento de Cristo en el sacerdocio, no se limitan a una labor de asistencia social, que es algo bueno, pero claramente insuficiente. El compromiso del sacerdote con la solidaridad es siempre en una perspectiva de eternidad, atendido que con su santidad de vida puede hacer el mayor acto de solidaridad ejecutable en la tierra, que ayudar a las almas a encontrarse para siempre con Dios.
Debemos en este mes de la solidaridad examinar qué podemos hacer para facilitar que mis hijos, nietos, sobrinos y amigos acudan al llamado del Espíritu Santo para que sean dóciles a la gracia especial que recibe todo sacerdote, a fin de servir de instrumento de Cristo en favor de su Iglesia (CIC 1581).
¿Hago algo para ayudar este delicado asunto? ¿Asumo este tema como una preocupación personal como católico? ¿Estoy proclive a que avance la vocación de los jóvenes cercanos, pero no a la de mis hijos?
Crodegango