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Al Cardenal Ratzinger, que luego sería el Papa Benedicto XVI (hoy Papa emérito), se le debe la siguiente caracterización pastoral: “cada vez hay más paganos bautizados, es decir, personas que han sido hechas cristianas por el bautismo, pero que no creen y ni han conocido la fe. Es una situación paradójica: el bautismo hace al hombre cristiano, pero sin fe este hombre sigue siendo un pagano bautizado” (“Sobre la cuestión de la indisolubilidad del matrimonio”, Obras Completas, BAC, 2018, p. 578)”.
Esa descripción da cuenta de un hecho doloroso: existen “católicos paganos”, es decir personas que han sido bautizadas, pero que llevan una vida alejada del Evangelio.
Siguiendo el adagio popular, “la ropa sucia se lava en casa”, este delicado asunto debería ser es uno de los temas a examinar en esta etapa de preparación del proceso sinodal que la Iglesia Católica en Chile ya ha comenzado.
¿Porque existen muchos bautizados que terminan como paganos?
El tema admite varias explicaciones y dentro de múltiples causas que lo originan se pueden apuntar las siguientes.
En muchos casos esta realidad proviene del medio. Es el ambiente el que termina apagando la fe de muchos. Como se indica el CIC, “La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela. Pero la fe no es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar a otros de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros” (CIC 166).
Los ejemplos de esta realidad son abundantes. Veamos los más frecuentes.
Muchos niños son bautizados siguiendo una tradición familiar, pero luego de ese gesto quedan sin el acompañamiento que necesitan para avanzar en el camino de la fe. Muchos papás están más disponibles para llevarlos a un partido de fútbol que a Misa el domingo, aunque el panorama del estadio les consuma en tiempo el de todas las misas de un mes. También se da el triste fenómeno de los niños que participan de la “única comunión”. Efectivamente, reciben al Señor Sacramentado, pero el domingo siguiente ya no tienen quien lo acompañe a Misa.
En la época adolescente se viene haciendo cada vez más frecuente que muchos jóvenes no quieran confirmarse. Con esa actitud negacionista se piensa que se es más “auténtico”, sin advertir que lo único que está haciendo es rechazar la gracia que Dios le quiere regalar para que continúe caminando en la vida. Seguramente ese joven no ha reparado que el efecto del sacramento de la Confirmación es la efusión especial del Espíritu Santo, como fue concedida en otro tiempo a los Apóstoles el día de Pentecostés (1302). Que la Confirmación le confiere crecimiento y profundidad a la gracia bautismal para unirse más firmemente a Cristo; que la Confirmación aumenta los dones del Espíritu Santo; que hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia; que nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe mediante la palabra y las obras como verdaderos testigos de Cristo, para confesar valientemente el nombre de Cristo y para no sentir jamás vergüenza de la cruz (CIC 1303).
Muchos de los paganos bautizados no han tenido siquiera ocasión de considerar que “la fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos propone, porque Él es la verdad misma. Por la fe “el hombre se entrega entera y libremente a Dios”. Por eso el creyente se esfuerza por conocer y hacer la voluntad de Dios. “El justo [...] vivirá por la fe” (Rm 1, 17). La fe viva “actúa por la caridad” (Ga 5, 6). (CIC 1814).
La falta de entendimiento acerca de la fe explica que, en muchos casos, se confunda con toda facilidad la Iglesia con otras realidades, como los partidos políticos u otras asociaciones, de las que efectivamente se puede prescindir en esta vida, sin ningún riesgo para nuestra alma. En esa simplificación, el pagano bautizado termina por convencerse que se puede vivir al margen de la Iglesia, sin advertir la misión sobrenatural que ella tiene, especialmente administrando los sacramentos que son imprescindibles para morir en estado de gracia y poder cumplir el destino de todo hombre, que es llegar a ver el rostro de Dios.
Fruto de todo lo anterior, el “católico pagano” tampoco vive la virtud de la esperanza. Como se sabe, por esta virtud teologal aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo (…). (CIC 1817).
El pagano bautizado normalmente pone su esperanza en cosas terrenas. Esta esperanza se encamina a la obtención de aspiraciones materiales, que, siendo legítimas, no son las que permiten llegar al cielo. Su amor por lo terreno queda bien retratado en las palabras de San Agustín, cuando señalaba en la “Ciudad de Dios”, “dos amores hicieron dos ciudades, a la terrena, el amor de sí hasta el desprecio de Dios, a la celestial en cambio el amor de Dios hasta el desprecio de sí”.
La vida del pagano bautizado lo ha dejado al margen de la virtud teologal de caridad, con todo lo que ello implica. Como lo indica el CIC, “la práctica de la vida moral animada por la caridad da al cristiano la libertad espiritual de los hijos de Dios. Este no se halla ante Dios como un esclavo, en el temor servil, ni como el mercenario en busca de un jornal, sino como un hijo que responde al amor del “que nos amó primero” (1 Jn 4,19): «O nos apartamos del mal por temor del castigo y estamos en la disposición del esclavo, o buscamos el incentivo de la recompensa y nos parecemos a mercenarios, o finalmente obedecemos por el bien mismo del amor del que manda [...] y entonces estamos en la disposición de hijos» (San Basilio Magno, Regulae fusius tractatae prol. 3). (CIC 1828).
El resultado final de todo esto es un profundo vacío existencial, que sume al hombre en un estado de tristeza y desesperación, que son los frutos inevitables del agnosticismo y del ateísmo.
Afortunadamente este preocupante fenómeno no es definitivo, atendido que para Dios no hay nada imposible y siempre nos está llamando a la conversión.
Nos da esperanza la oración del Mes de María cuando clamamos: “Dignaos presentarnos a vuestro Divino Hijo, que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud; que haga lucir con nuevo esplendor la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia Él, y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro. Que convierta a los enemigos de su Iglesia, y que, en fin, encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad; que nos colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida, y de esperanza para el porvenir”.
Crodegango