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Cuando lo hace por motivos espirituales se ejecuta uno de los hechos fundamentales de la experiencia religiosa individual y colectiva.
Todas las religiones contemplan esta realidad. El Pueblo de Israel debió estar cuarenta años en el desierto esperando poder entrar en tierra Santa. Los musulmanes se congregan en La Meca y existe la obligación en el Islam de hacer una peregrinación a ese lugar una vez en la vida para todos los adultos que tengan los recursos para ello. En la India existen peregrinaciones que realizan todas las religiones que allí nacieron y que convocan a millones de personas.
En el cristianismo el sentido y profundidad de las peregrinaciones se advierte en solemnidad de la Epifanía del Señor, que celebramos el próximo 6 de enero, recordando a los tres reyes magos que siguiendo la estrella de Belén llegaron para adorar al Hijo de Dios (San Mateo 2, 1-12). Su caminar, desde tierras lejanas, representa a todos los pueblos de la tierra que van en búsqueda de nuestro Señor.
Los católicos hemos peregrinado por distintas razones y motivaciones. En cada una de ellas hay un acto de fe y de búsqueda, que, de manera individual o colectiva, nos lleva a emprender un camino a un lugar santo. A ese sitio llega el peregrino después de haber sorteado las dificultades que siempre acompañan a estas travesías.
La peregrinación con más tradición ha sido ir a tierra Santa para visitar la zona geográfica en que vivió nuestro Salvador. Son muchos los santos que lo han hecho, motivados por su profundo amor a Cristo. El año 2019 se celebraron los 800 años de la visita de San Francisco de Asís a Tierra Santa. Es célebre su audiencia con el sultán, a quien le predicó el Evangelio en tierras musulmanas. Mientras los cruzados utilizaban infecundamente las armas, este santo logró con su mansedumbre abrir la puerta para que los franciscanos tomaran pacíficamente posesión de los Santos Lugares, los que custodian hasta el día de hoy recibiendo a miles de peregrinos.
También es célebre la peregrinación de Santa Elena, madre del emperador Constantino, la que, siendo anciana viajó a Tierra Santa entre 326 y 329-330. Su nombre se vincula a algunas iglesias de Jerusalén y Belén, y sobre todo por el hallazgo de la reliquia de la Santa Cruz. No se sabe con certeza cuándo y cómo se asoció a Santa Elena con esa tradición, pero a esta devota peregrina le debemos que miles sigan mirando el árbol de la cruz y su importancia en la historia de la Salvación.
A lo largo de la Edad Media, y hasta el día de hoy, son lugares de peregrinación masiva tres ciudades: Jerusalén, Roma y Santiago de Compostela. Los años jubilares que allí se celebran en periodos definidos atraen a miles de católicos.
En la historia de los cristianos han surgido diversos santuarios donde se rinde culto a santos o se veneran reliquias famosas. Estas prácticas de piedad, si bien no forman parte de las creencias que nos impone nuestra fe, dan cuenta del sentido religioso que ha motivado a muchos a visitar esos sitios.
Un lugar destacado tiene las peregrinaciones marianas, a las que han acudido los cristianos de diversas épocas para pedir a Santa María, en sus diversas advocaciones. Lourdes (en Francia) y Fátima (Portugal) son reflejo de lo anterior. En América la devoción a la virgen de Guadalupe en México data desde el siglo XVI. En nuestra ciudad el santuario de Nuestra Señora del Carmen en Maipú y la imagen de la Inmaculada Concepción, ubicada en el Cerro San Cristóbal, no requiere mayor profundización.
También existen las peregrinaciones penitenciales que los cristianos realizan de manera individual o colectiva. Se trata de un fenómeno diverso, que normalmente escandaliza a los hombres de corazón duro. Ayuda a orientar correctamente estas manifestaciones, para no confundir lo sagrado de lo profano, lo que indica el Catecismo de la Iglesia Católica: "Además de la liturgia sacramental y de los sacramentales, la catequesis debe tener en cuenta las formas de piedad de los fieles y de religiosidad popular. El sentido religioso del pueblo cristiano ha encontrado, en todo tiempo, su expresión en formas variadas de piedad en torno a la vida sacramental de la Iglesia: tales como la veneración de las reliquias, las visitas a santuarios, las peregrinaciones, las procesiones, el vía crucis, las danzas religiosas, el rosario, las medallas, etc." (cf Concilio de Nicea II: DS 601;603; Concilio de Trento: DS 1822). (CIC 1674). “Estas expresiones prolongan la vida litúrgica de la Iglesia, pero no la sustituyen: “Pero conviene que estos ejercicios se organicen teniendo en cuenta los tiempos litúrgicos para que estén de acuerdo con la sagrada liturgia, deriven en cierto modo de ella y conduzcan al pueblo a ella, ya que la liturgia, por su naturaleza, está muy por encima de ellos” (SC 13). (CIC 1675).
El Papa Emérito Benedicto XVI da algunas claves que ayudan a entender el correcto sentido de estas expresiones, al señalar: “En la peregrinación no se trata de una atracción turística o de una experiencia cualquiera, que no nos conducirán a la auténtica novedad. La meta de peregrinación, en último término, no es una atracción turística, sino llegar hasta el Dios vivo” (Tomo IV, Obras Completas, p. 794).
Para hacer una peregrinación no es necesario siempre dirigirse a sitios lejanos. Podemos visitar los distintos santuarios o participar en las fiestas religiosas que contempladas en las distintas diócesis. En nuestro país tenemos el privilegio de poder ir a rezar a dos santos canonizados: Santa Teresa de los Andes (1900-1920) y San Alberto Hurtado S.J. (1901-1952). La primera tiene el honor de ser la primera chilena y la primera Carmelita americana canonizada, uniéndose a otras santas de esa orden como Teresa de Ávila y Teresita de Lisieux. El Padre Hurtado, por su lado, conforma la lista de los 53 santos de la Compañía de Jesús, que incluyen, entre otros, a San Ignacio de Loyola y a San Francisco Javier.
Aprovechemos nuestra condición de miembros de la Iglesia peregrina para poder aprovechar todos los frutos que podemos obtener de la peregrinación cristiana.
Crodegango.